me levanté un poco apurado porque el sueño se prolongó y tenía que salir pues me estaban esperando, así que me metí un duchazo veloz, me vestí a la volada y me dispuse a salir. antes de eso ya había visto a la chica rubia sentada al lado de la mesa, medio timorata y sorprendida, pero a la vez segura de lo que iba a hacer con el hombre de la cámara. salí, me subí en el taxi y le dije vamos rápido, debía llegar a mi destino en diez minutos, apenas me había acomodado en el asiento posterior sonó mi celular y era ella que me preguntó si ya estaba llegando y le mentí diciendo que sí, que estaba cerca del punto de encuentro. el taxi corrió, por eso llegué a tiempo. ella me recibió con la sonrisa de siempre, me dio un beso en la mejilla y se puso a hablar de muchas cosas a las que ni les presté atención, porque aún mi mente estaba en las imágenes de la calle y en las sonrisas falsas de aquellas personas que caminaban fuera del lugar al que llegué.
pasaron los minutos y las horas, no sin antes haber entrado al baño para utilizar el urinario, lo cual me costó cincuenta céntimos. en el instante del retorno, ya no en taxi sino en bus, cuando iba recorriendo la ciudad, pasando por más de cinco distritos, en mi cabeza fluían diversas imágenes, duras y suaves, frías y cálidas, dulces y amargas. pero yo estaba respirando bien, tomando aire y también tomando un sorbo de agua de mi botella de san mateo sin gas que vale un sol cincuenta. parecía que nadie me iba a preguntar nada de nada y que yo iba a continuar pasando el día dedicado a la misma rutina. no fue así, porque el helado de brownie que me comí después de almorzar me brindó una satisfacción de ocho minutos que valieron más que las seis horas y cuarenta y dos minutos previos a ello.
ya de noche, ya cansado, mi tiempo estaba destinado para hacer una sola cosa. pero no la hice, no por desidia sino por una disposición que hubo que acatar. yo sólo debía omitir todo tipo de conducta que me pusiera en riesgo nuevamente, así que deambulé caminando por la vereda ancha de ese lugar al cual recalé esta noche primaveral y calurosa. porque aunque era de noche y si bien la luna estaba bien posicionada en el cielo, no era una noche fría con vientos que calaran. no. el clima estaba templado y yo me había desabotonado tres botones de la camisa y no podía continuar con un botón más, porque no pues.
el celular estaba apagado porque la carga de la batería se gastó completamente. luego de notar ello opté por vagar un poco antes de emprender el retorno y claro, no lo iba a hacer tan fácil y rápidamente, porque sentía la necesidad de quedarme allí, por un momento, inmóvil, aguantando la respiración y listo. opté por subir lentamente las escaleras y cuando me hallé arriba, después de cuarenta y cinco escalones subidos, me detuve, miré a los lados y ya casi todas las luces estaban apagadas. me asomé al balcón y miré hacia abajo. entonces escuché que alguien dijo mi nombre. volteé y le dije hola, sonriendo. ella me dijo que huyamos de ese lugar, a la brevedad posible. entonces eso hicimos. cuando me di cuenta, mis zapatos estaban desamarrados, pero no le di importancia a ello. solo continué la marcha, con felicidad, viendo cómo su cabello se desordenaba, más aun, con el aire.
ya en el taxi, de regreso a mi casa, escuchaba música y pensaba en los cincuenta minutos previos a ese instante, mientras me daba cuenta de que el taxista me hablaba sin percatarse de que yo estaba con los audífonos puestos con volumen alto. no me interesó prestarle atención, pues solo quería atender a los recuerdos que estaban frescos aún en mi cabeza. fueron breves momentos de conversación en los que yo hablé y me oyeron, en los que me hablaron y yo oí. hubo comunicación. y cuando hay comunicación, cuando uno dice y el otro responde, entonces todo está bien. porque de eso se trata todo. lo demás, es frustrante, triste y agrio también. aún el taxi y casi llegando, recordaba que además dentro de esos cincuenta minutos o menos, no solo estuve complacido por la comunicación y el buen trato, sino por el suculento bocado con el que me deleité sentado frente a la mesa, una mesa limpia y simple, similar a la que estaba al lado de la chica rubia sentada, medio timorata y sorprendida, porque el hombre de la cámara ya estaba cerca.