Estaba en la calle, parado al borde de la vereda. Era de noche y de pronto me sentí cansado de mirar siempre hacia delante y observar a las personas y a los carros transitando. Así que decidí en ese momento levantar la mirada, reclinar mi cabeza hacia atrás, lentamente para que no me duela el cuello, y contemplar el cielo oscuro y poco nublado de la ciudad. Apenas y podía encontrar alguna estrella en esta noche de otoño. Fui entonces moviendo mi cabeza hacia un lado, sin bajar la mirada, siempre mirando hacia arriba y de pronto me topé con un poste de luz naranja. Me detuve a mirarlo un instante y luego continué observando. De pronto, me encontré con un edificio muy alto de color verde y frente a él un árbol, no tan alto pero bastante frondoso y amplio. El edificio se veía muy moderno con sus ventanas, sus balcones, algunas luces prendidas. Por su parte, el árbol lucía imponente con sus ramas y sus hojas extendidas a lo ancho. Yo me puse a mirar a ambos, al árbol y al edificio. Los comparaba inevitablemente y no pude evitar llegar a la conclusión de que la belleza del árbol era superior largamente a la del edificio, que con su cemento y su modernidad no podría jamás tener esa presencia ni ese atractivo que luce el árbol. Un árbol que la naturaleza nos ha brindado y que podemos apreciar en toda su majestuosidad. Y que el hombre no podría nunca reproducir tal y como lo vemos con nuestros ojos, con la cabeza reclinada hacia arriba, como lo he hecho yo.
Crítica #902: LA GATA QUE SE COLÓ EN MI SHOW
Hace 3 horas.
1 comentario:
A veces es necesario levantar la cabeza, solamente para darnos cuenta que somos poco y siempre hay mas.
Nos leemos.
Publicar un comentario