miércoles, 2 de noviembre de 2005

Inconclusión


Lo que pasa es que si sigo con el cuento te lo vas a creer. Empiezo, escribo y digo muchas cosas y tú desde ya las tomas por ciertas, cuando la verdad es que nada de lo que lees sucede o es real. Nada, y digo eso porque todas las ideas y cosas que imagino en este momento sólo están en mi cabeza viven ahí y reposan. Pero, cuando a mí me dan ganas de sacarlas de mi cabeza, y de interrumpir su reposo, me pongo a escribir. Ya. Lo primero que diré es hola y gracias por leer. Deberías estar haciendo otra cosa, pero como no estabas haciendo nada, me lees. Lo sé. No te mueres de ganas de leer solo lees para saber de qué va a tratar todo este rollo. Tengo hambre y apenas pueda iré a comprar una galleta. De esas que me gustan. Si vienes conmigo te puedo invitar una galleta también. Me refiero a un paquete de galletas, no a una simple galletita. Comemos juntos la galleta y en ese instante podemos ir conversando. Me cuentas qué tal te va y qué cosas tienes que hacer hoy. También me puedes decir si te gusta la galleta o si te parece asquerosa. Qué loco estoy, no puedes venir conmigo, ni tampoco comerte una galleta conmigo, pues te encuentras del otro lado. Yo estoy detrás de las letras, tú estás delante de ellas. Tú las lees, yo las creo. Pienso que debes empezar por entender mi situación Y no quiero preocuparte, sino contarte lo que pasa. Mi cuento es muy simple. El personaje que protagoniza la historia soy yo, y tú eres el otro personaje, el que lee, o la que lee, dependiendo el género. Se trata de un chico que camina solo. Da pasos para adelante, se detiene, mira, y vuelve a caminar. Siempre camina. No camina sin rumbo sino que se dirige hacia allá. Y en el camino hacia allá encuentra mucha gente. Todos encuentran un detalle particular en este chico que camina: no usa zapatos. Anda descalzo.

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