lunes, 16 de marzo de 2009

banca azotea

con la música a todo volumen, estaba yo sentado en la banca de madera que tengo en la azotea. era de noche, no había luna, pero sí algunas estrellas. había nubes que de rato en rato eran atravesadas por los aviones que volaban muy alto. esta banca de madera yo me la hice para echarme a levantar pesas. pero eso fue hace años. ahora está en la azotea de mi casa, algo abandonada y maltratada por la humedad. casi nunca me siento en esa banca, pero esta noche lo hice. se oían con mucha fuerza los trombones de una salsa dura. seguramente los vecinos también escuchaban toda la bulla que hacía a estas horas de la noche. y yo hacía este ruido, porque de alguna manera trataba de que éste se me metiera y termine con el silencio que yo sentía dentro de mí. eso no era fácil. me quedé mirando por un instante la ropa colgada en el cordel, como el aire mecía las medias, los polos y los pantalones que estaban colgados allí. veía los cables que pasaban encima del techo. y, cómo no, podía notar la luz blanca que el vecino de atrás tiene prendida durante todo el día y toda la noche. entonces, no era tan oscuro estar ahí. tampoco era frío, porque a pesar del viento, me sentía fresco, a diferencia del calor que gobernaba en mi cuarto y que me hacía sudar mucho.

me paré de un momento a otro y fui a bajarle el volumen al equipo porque la bulla ya era excesiva y no quería quejas tampoco. regresé a la banca y me senté. empecé a hablar, a decir una palabra tras otra. a mirar de frente y también a bajar la mirada y ver mis rodillas. no fue fácil. fue un momento introspectivo en voz alta. porque era estar en mi casa pero a la vez sentir que mirando al cielo y sintiendo el aire sobre mi cara, sobre mi cuerpo, me estaba liberando y teniendo un contacto especial con la atmósfera, con el espacio. casi no notaba la música, eran canciones bastante conocidas para mí, no les prestaba tanta atención y las disfrutaba sin exceso. en ese momento, cuando la música bajaba de repente me eché sobre la banca y cerré los ojos. inhalé, exhalé. me senté de nuevo y pensé en el riesgo que podía correr estando echado allí y que quizás, de manera inesperada, me picara una araña o cualquier otro bicho habitante de las azoteas. no me picó nada, felizmente.

ya luego de un rato, me fui a buscar unas medias y a recoger unas camisas que iba a necesitar hoy. desconecté el equipo de música. miré hacia donde estaba la banca, me detuve un rato, apagué la luz y bajé las escaleras. ya en mi cuarto me eché en mi cama. era diferente, sin dudarlo. me picaba la espalda. ¿una araña?.

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