Que miedo, ahora sí que miedo. Tengo miedo porque todas han venido. Y yo aquí solo para decir mi texto. No ha quedado clara la intención pero seguramente todas van a decir algo al respecto. Lo he repasado, lo he escuchado, me lo he repetido más de cuatro veces. Ahora bailo y desfogo toda esta tensión y ansiedad que me generan todas. Me pongo a saltar, mientras la pared refleja las imágenes proyectadas. Y yo desprotegidaso, con mi texto como la única arma. Me defiendo, me luzco, me luciré, pero tengo que hacerlo bien. Todas, con sus diez ojos, verán y querrán interpretar cada una de mis palabras. No soy el autor, ojo, pero las quiero decir como si en realidad yo lo fuera. La batería suena y los sintetizadores marcan un ritmo vertiginoso, rápido, rapidazo. Salto más, abro los brazos. Sinenahahaha. Caliento voz, caliento cuerpo, resonadores, distensión, flexiones y estiramientos maleados. Qué miedo carajo, es insuperable. Todas han venido, todas han tenido que venir. Y todas se van a ir. Luego vendrán, preguntarán, quizás se acercarán. Todas. Una por una. Con algo en las manos, entrelazándose los dedos y pisando firmemente con los zapatos ajustados, haciéndolos sonar. Todas quieren hacerme reaccionar. Quieren pero no lo intentan. Al menos, no frente a frente. Díganmelo, ¿si?. Opinen, exprésense, griten y salten también, tal como yo lo hice. Eso está mejor. El miedo se reduce. Se reduce porque todas abren los brazos y apenas rozan sus dedos mutuamente. Los tambores suenan, la campana tintinea. Qué gran sonido. Todas hacen una ronda, ahora. Yo estoy al centro, creo que ya listo para botar el texto. Para decirlo. Interpretarlo. Hacerlo mío. De esa manera va a ser más claro para todas. Suenan las palabras, suena la música, suenan los aplausos, suena estruendosamente todo. Todas vienen emocionadas, gritan, se abrazan entre ellas. Son felices. Ya lo dije.
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