con quién tengo el gusto, puedo preguntar. con quién tengo el gusto de conversar, con quién tengo el gusto de tomar un café, una chela o el poder. con quién tengo el gusto de almorzar, de bailar o de trabajar. puedo tener el gusto de comer una empanada de carne, echarle un poco de limón y sacarle la aceituna, acompañándola con un vaso de coca cola helada. y ya con eso, quizás, puedo tener el placer. con quién tengo el placer de hablar. con quién tengo el placer de entrevistarme o de intercambiar opiniones. es más, puedo preguntarme con quién tengo el placer de discutir. con quién tengo el gusto y el placer. ya si voy más allá me puedo preguntar con quién tengo el honor o el privilegio de compartir una charla o una clase, una exposición o una tertulia. con quién.
ahora debo identificar al interlocutor, a quien interactua conmigo y preguntarle si es que también tiene el gusto, el placer y el honor o privilegio. sólo para saber si mi pregunta tiene sentido o si, por el contrario, resulta inútil. la pregunta tendría un mejor destino si la hacemos para averiguar con qué persona efectivamente podríamos sentir gusto o placer de hablar, almorzar o bailar, y con cuál no podemos ni seríamos capaces de experimentar una sensación gustosa o placentera. sería cuestión de hacer una lista o escoger de manera premeditada a las personas que creemos idóneas para que puedan contribuir a esta experiencia.
puede ser una tarea divertida. o quizás es algo loco que pasó por mi cabeza en esta tarde sabatina. pero me gusta la idea. hay muchos verbos.
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